Este libro nuestro se mueve en el interior del personalismo comunitario, y dista mucho de todo ese barullo. Lo suyo es lo hondo, a veces trágicamente hondo, pero eternamente humano y eternamente eterno, y así lo expresamos con este unamuniano Salmo de la mañana: ´Acaba de nacer el universo y su vagido dulce el corazón en la piedad me funde. Mira, Señor, que somos pequeñuelos, no sabemos andar por tus caminos, tiende, Señor, un dedo, un solo dedo de esa tu mano con que acabas de heñir el universo, y a ese dedo cogidos, la vida cruzaremos. Dame, Señor, el beso regalado que al despertar el hijo le da el Padre, el beso en que el misterio de la noche se hace revelación del claro día, dame el viático con que a la noche llegue. Sumergido en el aire, todo en torno nos devuelve la luz de la mañana, luz fresca, al aire matinal batida, luz que aún sabe a la noche de que brotara. Recién nacida blanca mariposa que encima del capullo desplegándose va las alas húmedas cual de rocío bajo el peso leve al aire matinal que las oree antes de alzar el vuelo tal la mañana. La mañana es la cuna perfumada y mullida, de la hermosura, todo a su luz nos abre las entrañas y el esplendor divino percatamos. El ambiguo murciélago sombrío, de vuelo roto, heraldo del crepúsculo, volviese a su escondrijo, y la alondra, de luz y de aire henchida, ?¡bendito seas!? desde el cielo dice al nuevo día´.